Bruno Lima Rocha, 1º de abril de 2009, cuando completan 45 años del golpe militar de 1964, cuya dictadura duró hasta marzo de 1985
Para los hermanos que leen estas palabras y no son brasileños, es preciso retomar la idea de que el mayor país del Continente funciona como una cleptocracia, y donde el nexo político-criminal tiene los grandes agentes económicos como inversores. Pero, en vez de invertir en un negocio físico, la commodity preferida son los políticos de carrera, profesionales de las negociatas, tráficos de influencia y de la intermediación social. Por eso, a cada escándalo que viene, el público lector de aquí entra en éxtasis. Los efectos mediáticos de la Operación Castillo de Arena – cuyo blanco fue la mega constructora Camargo Corrêa (60 mil empleados, actuación en 20 países) fueron contundentes. Dejaron explícitas algunas consideraciones las cuales voy discurrir en este breve artículo. La nota tragicómica, es que ninguna de las tres conclusiones que presentaré se trata de novedad. Es bien al contrario.
La primera consideración es que el concepto expreso en artículos anteriores, lo de “espiocracia”, sigue válido. No en función de una operación de vigilancia de la policía judicial de la Unión (a Policía Federal, de élite e investigativa) contra blancos autorizados por la Justicia. Este concepto, al estilo de John Le Carré, se aplica en función de las censuras de los informes o de las “fugas” controladas para la media, cuando las informaciones bajo secreto de Justicia son selectivamente vaciadas para un profesional de prensa, justo cuando abunda palangrismo. Ni por la triste constatación de que algunos informes (de espionaje, de inteligencia policial y de la fiscalía) son más reservados del que otros. Dependiendo de la sigla partidaria, el texto saldrá en la íntegra o con cortes. Triste también es la constante de que eso ocurre en este gobierno y en los anteriores. Ahora, para sorpresa de algunos fuera del Brasil, hasta la sigla partidaria del presidente (el PT) también mordió el dinero de la empresa corruptora.
La segunda constatación es obvia. “!Follow the Money!” Para quien defiende la libre circulación de capitales sin ningún tipo de barrera o control, esta idea es como un soco en el hígado. La frase tiene su raíz mediática en el célebre diálogo de W. Mark Felt, el informante de Watergate que atendía por la alcuña de “Garganta Profunda” con los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, de Washington Post. O sea, hay que seguir el flujo de dinero, su origen, la ruta por donde este pasó, los beneficiarios y emisarios y los caminos del lavado. En toda joda financiera, en todos los papeles buitres, tiene banqueros enroscados. Por lo tanto, es esta categoría de empresario que está bajo sospecha permanente. Y, esta operación, a Castillo de Arena, teniendo como blanco la constructora Camargo Corrêa refuerza una certeza. Existe un accionar permanente, y no episódico, de agentes económicos con interés en los negocios de Estado. El destino de esos recursos investigados era preferentemente los fondos de campaña para candidaturas ejecutivas y legislativas. Por lo tanto, es preciso hacer pública la relación de grandes empresas con los caciques de la política nacional. De esa vez, hasta el Tribunal de Cuentas del País estaba en la jugada, una vez que altos funcionarios de esta corte tenían SUS nombres en la lista de gente con gravamen público que comía de la coima en la mano de los ejecutivos de la constructora. Así que, junto a “nobles” diputados federales y senadores, hay jueces y ministros de cuentas también.
Por fin, la tercera conclusión de tan obvia llega a ser repetitiva. Es preciso comprender que el agente económico encara la política como ideología – derechista – pero también como inversión. No es factible que todo el volumen de recursos saliendo de los cofres de “donantes” o “inversores” de campañas haya como destino sólo la carrera electoral. Digo eso porque cualquier uno dotado de mínima información del Juego Real de la Política sabe que el problema de los fondos de campaña, son las sobras no declaradas. O sea, la mirada correcta sobre la recaudación de fondos para proselitismo político es la desconfianza. Y, más allá de los interrogatorios policiales, lo que necesitamos comprender es que esta forma de hacer política es lesiva por su propia naturaleza.