Es el fenómeno del caciquismo político, de matices más o menos comprometidos con las causas populares. - Foto:google
Es el fenómeno del caciquismo político, de matices más o menos comprometidos con las causas populares.
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Bruno Lima Rocha

Abril, 2009 

Brasil tiene el Parlamento más caro del mundo. Para que tengamos una idea, cada uno de los 513 diputados federales (nacionales) reciben en sus oficinas entre el sueldo directo del representante, más los funcionarios y las ayudas, alrededor de U$. 50.000, 00 mensuales. Esto da en moneda brasileña R$ 114.000,00 al mes. Hay “ayudas” para todo, habitación, transporte aéreo, automóvil, para comprar trajes nuevos, para pagar cuentas de teléfonos móviles, entre otras barbaridades. La nación brasileña se escandalizó cuando el gran público supo que la mayor parte de los viajes aéreos, pagados por todos los contribuyentes, son gastos con invitaciones a parientes, familiares, artistas o “invitadas especiales” para programas de ocio de primer nivel de consumo.
Hay revuelta abundante con los representantes profesionales, y la de los pasajes aéreos generó reacciones en el electorado brasileño. Fue el más reciente espanto anunciado, y no será el último. Estos escándalos no son episódicos, pero sí son sistémicos. Para quien piensa que exagero, sugiero la lectura del libro del reportero Lucio Vaz, “La Ética de los malandros: en el submundo del Congreso Nacional” (São Paulo, Generación Editorial, 2005).
 
Infelizmente, el uso de la máquina pública para fines privados es generalizado. El conflicto entre comportamiento y el discurso se ve cuando los mandatarios de la izquierda reformista parlamentaria hacen uso de los pasajes para fortalecer una agenda republicana. Así se comportan de forma parecida a la mayoría, pero no idéntica. Los diferencia la característica. Es de esperarse que un gabinete con agenda marcada por luchas y demandas republicanas, de ampliación de derechos y combate a la corrupción, use las reglas de la casa para apoyar materialmente las pautas en que cree. Así como es de esperarse de mandatos anclados en la cultura política provinciana, usando de las mismas reglas para llevar artistas televisivos en fiestas y recitales con politiquería, o atender demandas de reductos electorales.  
 
Para entrar en el tema, es preciso debatir el problema de fondo. Difícilmente el titular de un presupuesto de gabinete en el Congreso será confrontado por su “base”, por más politizada que sean estas personas. Es el fenómeno del caciquismo político, de matices más o menos comprometidos con las causas populares. El problema sobrepasa la identidad ideológica. Una vez que la Cámara de Diputados Federales de Brasil sufre una renovación considerable cada legislatura (recambio de cerca de 48%), concluimos que el comportamiento institucional y las reglas internas deforman a los actores políticos, aún aquellos de la oposición actual. Para quien piensa que exagero, pido que comparen los mandatos de políticos de la “ex-izquierda del PT” antes y tras el gobierno Lula. 
 
 
Lo que necesita cambiar es esta acumulación de recursos y poder en la representación política profesional. Para lograrlo, el país debe avanzar en dos vías simultáneas. Una vía pasa por la aplicación de instrumentos de decisión directa, del tipo plebiscitario, como ocurre en países como Uruguay. Literalmente, cambiando la orientación del presupuesto de un tipo de democracia para el otro. Así, se transfiere el poder decisorio a la población más informada, quitando parte del poder de negociación del actor político individual. La vía complementaria incluye algunas propuestas básicas de funcionamiento parlamentario, tales como: transparencia total, presupuestos abiertos y acceso irrestricto de la prensa a todo el Congreso; disminución de presupuesto y mano de obra por gabinete; límite para la reelección parlamentaria indefinida; votación nominal y abierta para todas las pautas, tanto en plenario como en comisión; y, en el caso de los pasajes, prohibición de transferir recursos del titular del mandato a terceros.
 

Difícil es saber por donde comenzar. ¿Qué parlamentario va a arriesgarse a defender un cambio estructural en el Legislativo? Porque para dar el ejemplo, es preciso cortar en la propia carne. Y eso está muy lejos del promedio de comportamiento político de los congresistas brasileños

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