24 de septiembre de 2009, desde la Vila Setembrina,
Bruno Lima Rocha
Al contrario del que el título pueda dar a entender, este texto no trata de los poderes constitucionales del presidente de la república dentro del capitalismo de base política liberal procedimental. Menos aún de las formas de gobernar por decreto, o casi, usando y abusando de su versión eufemística en Brasil, la Medida Provisional (MP).
El foco de ese artículo es otro y toma a Lula (presidente republicano de la 11ª economía del mundo y operando desde un Sub-imperio) sólo como un ejemplo de alejamiento entre el liderazgo político y la organicidad que lo generó.
Lo que abordamos aquí no es novedad en el que hacer político y menos aún en su área de concentración de estudios académicos, la llamada “ciencia” política (yo en particular, prefiero el término politología). El dilema es simple. ¿Hasta que punto un líder carismático y popular tendrá disciplina partidaria? ¿O será que la popularidad y el control de recursos van a hacer con que sus ganas se impongan sobre las instancias orgánicas? En el caso del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, cualquier observador va a considerar que el mayor partido de la América Latina (el Partido de los Trabajadores, PT, al menos en tamaño y número de afiliados) hoy es rehén de los cálculos pragmáticos del titular del Palacio del Planalto, sede del gobierno brasileño.
Percíbase. Esto no implica afirmar ningún tipo de maniqueísmo, donde una supuesta “base” del PT tendría algún grado de coherencia política y los jefes en Brasilia (capital del país), comenzando por el jefe de los jefes, abandona el ser coherente en búsqueda de la supervivencia a través de la indicación de una sucesora. Hoy el caballo favorito, por una cabeza delante del gobernador de São Paulo, el economista José Serra (PSDB) es otra economista, Dilma Roussef, de hecho la 1ª ministra de Lula.
Lo que afirmo con todas las letras es que es imposible que haya coherencia política en cualquier partido si no hubiera democracia interna. Eso se refiere directamente al poder de veto de los operadores políticos (veto players en la lengua gringa) en la interna partidaria. Si estos poderes no son diluidos por la presión de la militancia, es correcto que la participación será acotada y la mayor parte de los afiliados tendrán sus vínculos mantenidos por intereses directos de orden material. Ojo, esto no es un punto de vista, es más que nada una constatación.
Esa es la queja que ya escuché de varios militantes, algunos con funciones de dirigentes en nivel estadual. Esto es síntoma de la crisis interna de un partido que nace de izquierda –con base de orientación de reformismo radical- e intercambia su programa por parcelas de gobernabilidad en el “centro de la política”. Según estos veteranos, en el inicio de los años ’80, su partido organizaba una parte de la fuerza de trabajo. En la mitad de la primera década del siglo XXI, esta base “militante” ve en su partido la posibilidad de tener un trabajo. Eso por sí sólo refuerza el poder de veto del jefe político. No hay democracia cuando el dirigente político es el jefe que firma o dimite el cargo en comisión (CC). Esa “legitimidad pragmática” influencia toda la vida partidaria y, cuando este partido está en el Poder Ejecutivo, llega a determinar la capacidad de discordar o no de las decisiones del presidente.
De ahí a reverter posiciones históricas y sustentar la alianza con el ala más sórdido de la muy sucia oligarquía brasileña hay un paso. Después, uno que otro senador intenta hacerse el valiente, pero nadie rompe ni con los aliados y aún menos con el presidente ex sindicalista que según sus propias palabras “nunca fue de izquierda”. Hace poco, el senador Eduardo Suplicy (PT de São Paulo), apunta la tarjeta roja –símbolo en el fútbol de alguien expulsado de la cancha- a José Sarney (senador por el PMDB de Amapá y amo y señor del estado de Maranhão y del Senado) ex-presidente nacional de la Arena (partido que fue el brazo civil de la dictadura). La caricatura de protesta no pasó de un acto aislado y un poco circense. Suplicy no ha relacionado su veto simbólico a los poderes de veto del secretariado ejecutivo de hecho –el grupo de Ricardo Berzoini, presidente nacional del PT y perro de guardia del presidente Lula– y que nunca ha abandonado las lealtades políticas para con José Dirceu (ex 1er ministro de Lula, diputado federal que perdió sus derechos políticos por comprar votos de otros diputados). Como siempre, más allá de las bromas y simplezas, José Sarney, Renan Calheiros, Romero Jucá, Fernando Collor de Mello y otros muy “nobles y honestos” políticos profesionales de Brasil agradecieron el apoyo del presidente y siempre mandan la factura de una cuenta que es bien alta.
Apuntalando una conclusión
La democracia en lo interno partidario está vinculada a la capacidad de los afiliados de ejercer su derecho político sin ser coaccionados por la supervivencia económica. Donde la política es puro pragmatismo, la supuesta gobernabilidad se transforma en escuela de arribistas. Cualquier semejanza con la conducta política de Lula y la deformación de la izquierda electoral brasileña no es ninguna coincidencia.
Este artículo fue publicado originalmente en el portal Barómetro Internacional.