Brasil debatirá el nuevo marco regulatorio de la comunicación social, confrontando a representantes de las empresas privadas, del sector estatal y de un mosaico de movimientos populares en la 1ª Conferencia Nacional de Comunicación. - Foto:Jornalismo B
Brasil debatirá el nuevo marco regulatorio de la comunicación social, confrontando a representantes de las empresas privadas, del sector estatal y de un mosaico de movimientos populares en la 1ª Conferencia Nacional de Comunicación.
Foto:Jornalismo B

21 de diciembre de 2009, desde la Vila Setembrina,
Bruno Lima Rocha

En el texto que sigue expongo una visión histórico-estructural de nuestra lucha. Ese frente en específico –el de los medios alternativos y populares– gana su importancia y status, porque en América Latina aumenta un fenómeno de transmisión ideológica, en la segunda mitad de la década de los 80 y triplica su fuerza los años 90.

Se trata de la profusión, en ancha escala, de las premisas del pensamiento único neoliberal, transmitido a través de los lenguajes y estéticas de los conglomerados económicos, cuyos productos son los bienes simbólicos del propio capitalismo.

Ese tema, muy sensible e importante para todo y cualquier proyecto de profundización de la democracia directa y participativa (combatiendo y derrotando el modelo liberal-burgués), ganó la agenda política brasileña en el segundo semestre del año. Entramos el último mes de 2009 y nos encontramos delante de un desafío. El Brasil irá a debatir el nuevo marco regulatorio de la comunicación social, confrontando a representantes de las empresas privadas, del sector estatal y de un mosaico de movimientos populares en la 1ª Conferencia Nacional de Comunicación (Confecom). Si hay algún consenso entre los delegados de las entidades del movimiento por la democracia en la comunicación, es la constatación de que este sector de la sociedad precisa ser democrático e inclusivo. Por lo tanto, no es posible regirlo bajo la lógica del oligopolio, la clase de mercado típica del capitalismo a partir del último cuarto del hoy lejano siglo XIX.

Además de este consenso que atraviesa los diversos matices de la izquierda, existen otros. Desde la más blanda y conciliadora corriente gobernista hasta aquella que aún cree e intenta acumular fuerzas para un proceso de ruptura. Ningún colectivo que discuta y debata la democracia en la comunicación social ve a los medios privados como legítimos para intermediar, balancear y anteponer las mil versiones del cotidiano de nuestras sociedades complejas. En términos clásicos de la política, los conglomerados de comunicación ya no pueden ejercer uno de sus papeles del pacto liberal-conservador que crea la moderna república occidental.

Orígenes de la función de los medios en la democracia liberal-conservadora

Todo empieza en el nacimiento de este sistema. Más precisamente por el concepto de la división de poderes de las repúblicas o monarquías constitucionales después de la Revolución Gloriosa (Inglaterra-Escocia-Gales, el proceso se inicia en 1640, tiene su ápice entre 1685-1689, cuyo sistema fundante nace en 1694) y la Revolución Popular en Francia (1789-1799). Habría como mínimo tres poderes, siendo dos de ellos elegidos de alguna forma. A saber, el Poder Ejecutivo (en la mayoría de las veces elegido de forma directa o indirecta); el Poder Legislativo (el Parlamento electo en primordialmente a través del voto, con barreras de renta, de clase y de género) y el Poder Judicial (donde los magistrados tendrían algún criterio meritocrático para el ejercicio de su función). En esta constelación de balances, chequeos y “equilibrios”, cabrían a la prensa libre el ejercicio del 4º Poder. Este, no electo, sería ejercitado por el mayor número de ciudadanos alfabetizados y alimentaría una esfera pública de debates y polémicas.

En teoría esta sería la función de los medios en general, y del periodismo en particular, para el arreglo de los poderes de tipo liberal-burgués. Aún si en algún momento de la historia este tipo-ideal habermasiano de sociedad llegó a materializarse, esto ya no se cumple más. Ya con el advenimiento de la sociedad de masas, los ejercicios de atributos de las industrias culturales se hacen otros, siendo portadores y transmisores de cultura en la forma de estética y representación, transitando y haciendo circular bienes simbólicos que refuerzan los cimientos del sistema capitalista. El modelo evoluciona y la inexorable marcha de las fusiones de conglomerados de capitales hace de la censura corporativa una regla explícita aunque no dicha. Ya en la década de los 60 del siglo XX, los sectores más lúcidos de la izquierda afirmaban que “el sentido común es la condensación de las ideas dominantes”. La fusión entre circulación de mercancías, significación de valores y la fabricación de consensos da la base de los quehaceres de los grupos mediático-culturales en el Occidente del mundo.

En Latinoamérica los medios vendieron la imagen de estar contra la censura

En nuestro Continente, el mito de la prensa como bastión de la libertad resiste un poco más. Los embates entre los regímenes dictatoriales militares y las actividades periodísticas y artísticas refuerzan el papel de la censura de Estado a través de la excepción. Pasadas las dictaduras los medios de comunicación recobran su importancia para la garantía de gobernabilidad y pasan a ser el bastión en la lucha del tipo restauración conservadora, hacia el desmonte de los servicios públicos suministrados por el aparato del Estado Nacional-Desarrollista o lo que de él restara.

Con el advenimiento de la reacción neoliberal en Inglaterra y los Estados Unidos (con la victoria respectiva de Thatcher y Reagan) y la derrota del Bloque Soviético y del Capitalismo de Estado (con la excepción de la China que se alía a los EUA ya los años 80), los enemigos visibles de los conglomerados de comunicación de masas pasan a ser los derechos históricos de las mayorías latino-americanas, con atención especial en la posibilidad de destrucción de los derechos adquiridos por la clase trabajadora después de más de cuarenta años de enfrentamiento (de la última década del siglo XIX a los primeros treinta años del XX).

Como afirma el investigador y periodista franco-tunecino Serge Halimi, se tratan de los “nuevos perros de guardia”, multi funcionales, poliglotas y, más que engreídos de su función de contencioso del sistema como lo es. O sea, estos comunicadores están convencidos ideológicamente de su rol en el sistema y muy enorgullecidos de ello. Las élites de editorialistas, presentadores y directores de redacción contribuyen a la poca percepción del pueblo, aún desorganizado. El modus operandi del capitalismo periférico en el Continente atraviesa el modus vivendi y la capacidad de percepción de las mayorías analfabetas, semianalfabetas y, en el caso brasileño, con déficits históricos de cognición.

Es de la naturaleza de la política que los sectores más organizados identifiquen sus enemigos estratégicos. Es por eso que las propuestas de sistemas de comunicación convergente bajo control social se oponen desde las propias entrañas al modelo privado. No hay convivencia pacífica posible. Delante de este terreno fértil, a pesar de la resistencia popular que siempre ocurre, el arsenal de los medios corporativos crea eufemismos nefastos como “flexibilización”, “modernización de las relaciones de trabajo”, “costo Brasil o costo país” (cuanto el empresariado tendrá que invertir para abrir un negocio rentable en nuestros países), “agilidad en los licenciamientos ambientales” y otras barbaridades. Invitan el pueblo a bailar en la democracia liberal y después expulsan simbólicamente del baile los elementos indeseables. No por casualidad, los conglomerados de medios están organizados en estructuras como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en el Grupo Diarios América (GDA), entre otras alianzas. Ellos son hoy, en el capitalismo cognitivo, el enemigo más visible de los agentes sociales en lucha.

Hoy, independiente de las ganas o la cara dura de los ejecutivos de grupos de medios (las familias oligárquicas que controlan los medios en cada país) o las transnacionales de telefonía (como Telefónica de España, Claro/Slim, Portugal Telecom, France Telecom, entre otras), su legitimidad como 4º poder está más que sacudida. A largo plazo, vencer esta lucha es afirmar otro modelo de democracia.

Este artículo fue publicado originalmente en el portal El Libertador en línea.

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