Antes de hacer la lucha contra la derecha endógena del entorno presidencial, el pueblo hondureño tiene que vencer el desafío del golpe gorila - Foto:Google
Antes de hacer la lucha contra la derecha endógena del entorno presidencial, el pueblo hondureño tiene que vencer el desafío del golpe gorila
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21 de julio de 2009, desde la Vila Setembrina,
Bruno Lima Rocha

Escribo este corto artículo reflexionando conceptos y pasajes históricos de golpes, antigolpes y líneas de acción en momentos límites de nuestra América. Después, retorno al análisis retroactivo a los primeros días después del Golpe de Estado en Honduras.

En el momento que escribo estas líneas, el vuelo que llevaba el presidente depuesto Manuel Zelaya ya pasó por el aeropuerto de Tegucigalpa y, por bloqueo de la pista de parte de los militares allí presentes, el avión venezolano donde volaba tuvo que irse. Pasó por Managua (Nicaragua) para reabastecimiento yendo en seguida para San Salvador (El Salvador). La intensidad represiva de las tropas ostensivas también era esperada. Algunos veteranos de los ’70 me han comentado que Toncontín (nombre del Aeropuerto Internacional de la capital hondureña) iba a ser como la Ezeiza de los centro-americanos.

Sí, si alguien supone que me refiero al aterrizaje del general Perón. En 20 de junio de 1973 la juventud argentina se depara con la patria peronista, mercenarios franceses arriba del palco donde se iba a celebrar “El día del reencuentro nacional”. Lo que pasó fue una masacre, un principio de divorcio público de algo visible. La derecha peronista iba a alimentar la Triple A, el C de O, la Guardia de Hierro y otras excrescencias fachas. El pueblo que allí estaba cambió su papel en el espectáculo de la política. De multitud movilizada a espera de un líder popular se hizo blanco de los fusiles, pistolas y ametralladoras.

Pero, los muchachos ya no eran los mismos. Las respuestas no tardaron a llegar, encontrando su destino en gente como José Ignacio Rucci, heredero de Augusto Timoteo Vandor entre otros tantos antipueblo más. Esa era la diferencia, tener capacidad de organizarse y estar a la altura del desafío que se presentaba en aquel momento histórico. Eso es que, desde lejos, uno modestamente percibe como que pasa en Honduras. Hay ganas y capacidad de movilización, pero si llegó al momento del Golpe, fue porque las fuerzas del pueblo y el gobierno de turno, neo aliado del ALBA, no supieron antever la situación. Capaz que aunque con todo el análisis de anticipación se pudiera hacer algo. Capaz que no. Pero, al no tener un dispositivo antigolpe, el gobierno del oligarca convertido Manuel Zelaya se regaló del todo.

Pasamos por algo así y lo sufrimos en Brasil por 21 años de dictadura. Hubo chance real de reacción entre el 31 de marzo y el 1º de abril de 1964 (fechas del golpe en Brasil) y el entonces presidente João Goulart (Jango) reaccionó poco o nada. Había un mito de la antimili, grupo de militares leales a Luís Carlos Prestes dentro de las FFAA, pero no alcanzó para frenar una conspiración visible que se iniciara abiertamente en 1961. En Chile, no faltaron avisos al médico Salvador Allende. La Guardia Técnica era insuficiente y lo fue en su momento decisivo. Y, sin ningún equívoco, uno puede decir lo mismo de abril de 2002. Si no fuera por el valiente pueblo caraqueño, hoy tendríamos un gobierno escuálido y vende patria en la tierra de Ezequiel Zamora y, por lo tanto, sería infrenable el proceso de integración forzada por el ALCA, ya casi acordado en Bush Jr. y Lula. Repito otra vez más; no digo con eso que el proceso de cambio social en Venezuela pasa por Miraflores y ni tampoco por la convivencia mediada con la democracia liberal a la vez que avanza la participación popular. Estos pasos tienen límites, y la lección vino de Honduras.

El Plan Puebla Panamá revive con el golpe

El Imperio ha perdido su rumbo interno, pero seguro que los brazos políticos del Complejo Industrial-Militar, ahora sumado con las empresas de guerra privada, no lo perdieron. Si, me refiero al Departamento de Estado, al Pentágono y específicamente al Comando Sur. Tenemos siempre que acordar el papel fundamental que ha cumplido el territorio de Honduras y el para-militarismo interno como cabeza de puente para la contra centro-americana de los ’80. Lo que hoy es Colombia para Sudamérica lo fue el país que hoy sufre el golpe para la América Central. Hay que recordar que en 2002, poco antes del golpe y el contra golpe en Venezuela, se tenía como situación ya consumada la integración capitalista de América Central como plataforma de exportación y maquilladora gigante para los EEUU entonces recién saliendo del choque del 11 de septiembre y de la crisis de la burbuja de las empresas punto.com. Si, aún estaba por venir la política externa más agresiva del ALBA y la mega estafa del capitalismo financiero a través de la burbuja inmobiliaria yanki.

Si en 2002 había poca alternativa para un país con la economía brasileña, pocos años después una nación empobrecida como Honduras, que tiene la marca de exportar 70% de su comercio exterior a los EEUU (todos productos primarios no industrializados) e importar del Imperio el 55% de lo que entra, tenía poca o ninguna salida. Hay que comprender que en política, el decisor puede cambiar sus lealtades en función de un proyecto de poder razonable y propio. Esta sería una explicación plausible para el acercamiento de Zelaya y Chávez. La situación interna, controlada por dos partidos oligárquicos, ocupando gravitación central en un sistema político montado por un acuerdo de la elite del país, más la acción de la contra (y la alianza con los narcos), tendría de ser de estrangulamiento del presidente elegido. Si hay novedad, es la forma de dar el golpe, componiendo una salida con máscara institucional y no más la violencia abierta como se dieron los golpes en los ’60 y ’70. En este caso, el Partido Nacional de Honduras, como vocero y forma organizativa tradicional, cumple un papel fundamental. A partir de relaciones interdependientes de la política, la economía, la jerarquía militar, el lugar en el mundo que conforma una ideología colonizada de la elite local, sumado a un control de medios y las relaciones carnales de la alta jerarquía castrense con la Escuela de las Américas, la tomada de decisión de las instituciones por parte de altos mandos del Congreso, de la Corte Suprema, el Alto Comando de las FFAA, y las cúpulas partidarias, no fue tan difícil.
ALBA y mecanismo plebiscitario: se inician los preparativos del golpe

Cuando a partir de enero de 2008 un hombre del sistema termina de romper parcialmente con su clase de origen y firma la entrada de Honduras, Zelaya declara la guerra frontal al Imperio y a las viudas de Reagan y Bush padre en su país. Repito esa sentencia para que comprendamos, pues Manuel Zelaya es un hombre de adentro, no fue un líder político reclutado en barriadas ni nada por estilo. Vino del mismo partido que el golpista Roberto Micheletti, el Partido Liberal. Su acercamiento a una salida económica más interesante a su país, para disminuir el abismo social, consiguiendo con Venezuela un precio razonable por el costo de la energía a través del petróleo, inició la carrera contra el reloj para derrocar a Zelaya.

Con eso quedaría un tema más para abordar, que es el límite de la democracia de ritos y procedimientos al verse delante de la otra democracia. El domingo 28 se iba a iniciar un proceso de institucionalización de la nueva legitimidad. O sea, con la consulta popular, un referendo no vinculante, los hondureños iban a dejar explícita su voluntad de no aceptar una constitución escrita (en 1982) como pacto político después de la dictadura que terminó en 1981. Al promover el golpe en un día de consulta pública, se manda un mensaje a todos los latinoamericanos que están más que atentos a las movidas políticas que puedan poner en jaque la institucionalidad de la democracia de tipo liberal-burguesa. Y, es cierto que están más que alertas a la capacidad de los pueblos latinoamericanos de destruir esta legitimidad tanto por parte de un líder carismático (sea el convertido o auténtico) como por parte de una avanzada popular llegando a estadios de poder popular en alzamiento, como fue el caso de la APPO en el estado de Oaxaca, México.

En este momento, por las razones que expuse arriba, Honduras y su pueblo son el epicentro de la democracia social en América Latina.
Segunda parte – recordando lo sucedido en los primeros días

El domingo día 28 de junio la casa del presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya, amaneció bajo cerco militar. Tropas leales al mando del Ejército ametrallaron su residencia y lo retiraron del país. No por casualidad, este sería el día de una consulta popular convocando la ciudadanía hondureña a posicionarse en cuanto a la reforma constitucional. El temor de los oligarcas locales, del arreglo político-jurídico institucional, fomentados por la presencia de capitales impulsando el antiguo Plan Puebla-Panamá (la integración forzada, estilo ALCA, para América Céntrica), era el fortalecimiento del Poder Ejecutivo a partir de una base de relación plebiscitaria con una parcela del pueblo organizado. Por lo visto la derecha centroamericana intenta reproducir la fórmula de los escuálidos venezolanos. Ya anteviendo la probable victoria de una enmienda constitucional futura (no presentada en la consulta, es cierto) habilitando la reelección, decidieron operar antes, aún pagando los costos del aislamiento y condena internacional.

Los golpistas cercan a la izquierda hondureña

El gobierno golpista, encabezado por Roberto Micheletti -presidente del Congreso unicameral- además de decretar toque de queda (no obedecido), pide la prisión de conocidos sindicalistas y militantes. Al amenazar a dirigentes del Bloque Popular, Vía Campesina, Movimiento por los Derechos Humanos y del poderoso Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, la oligarquía hondureña alimentada oficiosamente por la CIA, desafía la disputa territorial en las calles de la capital Tegucigalpa y en las carreteras y ciudades de los 18 departamentos. Por más increíble que parezca, el acto gorila puede resultar en el aumento de la unidad de los sectores populares y de izquierda organizados. Es necesario recordar que Manuel Zelaya es un convertido, uno más, a las propuestas del ALBA y del enfoque latinoamericanista gravitado por Hugo Chávez.

De ese modo, la izquierda hondureña actúa en dos arenas simultáneas. Una, inmediata, es la defensa popular contra el golpe cívico-militar. La otra, se dará en el caso de retorno y victoria de Manuel Zelaya, de modo que el presidente no retroceda en la convocatoria a la consulta popular y en el cambio del marco jurídico a través de la reforma constitucional. En este caso, en caso de triunfo de Zelaya y del recalcitrante Partido Liberal (que lo traiciona, pero no lo abandona del todo), la lucha política podrá encaminarse en el sentido de la construcción de espacios decisorios al margen del Estado de Derecho, buscando algo próximo al pluralismo y experimentalismo jurídico que se da en Bolivia, con menos intensidad en Ecuador y que debería darse en Venezuela.

Pero antes de hacer la lucha contra la derecha endógena del entorno presidencial, el pueblo hondureño tiene que vencer el desafío del golpe gorila.

El golpe hondureño, antecedentes y sus tentáculos externos

Casi todo conflicto de legitimidad pasa por momentos de conmoción popular. La resistencia al golpe de Estado, grosera maniobra de tipo gorila, imitando en parte el intento fallido que tuvo Pedro Carmona y la entidad empresarial venezolana (Fedecamaras) al frente del putsch de abril de 2002, siempre tiene que ser inmediata e irreprensible. Hubiera pasado algo semejante en Brasil en 1º de abril de 1964 y no hubiéramos sufrido 21 años de dictadura. Se puede perder o ganar un contragolpe, como fue la derrota briosa del pueblo uruguayo en la huelga general de respuesta al golpe de 1973. Pero, si un pueblo deja de pelear por no haber convocatoria, las entidades de base y los movimientos populares de ese país caen en un descrédito igual o mayor que el de la “izquierda” de base parlamentaria en la América Latina. No se ilusionen, las victorias electorales son, en su mayoría, “de una centro-izquierda no clasista” como sabiamente afirman columnistas de la derecha porteña como James Neilsen (Revista Informas, Grupo Perfil). Aún siendo bastante gorila en la mayoría de las veces, Neilsen acierta en el concepto y en la crítica. La derecha abusa de la estupidez colectiva pero ella en si misma no es tan estúpida. Que sirva de lección. 

Volviendo al golpe hondureño, de inmediato recordé a Oliver North y John Negroponte. También me vino a mente el Batallón 316 y los escuadrones de la muerte de la contra centro-americana, cuando la Teoría del Dominó daba soporte conceptual a las triangulaciones de traficantes de cocaína, generales sin machete (como el panameño Manuel Noriega de triste memoria y ninguna hombría) y las agencias estadounidenses (CIA y DEA al frente). No por casualidad el Imperio se mantiene en la cínica posición de dualismo. Barack “Keynes” Obama declara en alto y buen sonido que no reconoce otro gobierno que no sea el de Zelaya. Ya la abogada Hillary Rodham “Whitewater” Clinton, secretaria de Estado (equivalente la ministra de relaciones exteriores) se resistió a llamar golpe militar al putsch encabezado por Roberto Micheletti, el general Romeo Vázquez (con pasajes en la Escuela de Américas), los miembros de la Suprema Corte, de la Fiscalía General, empresarios de comunicación y la alta jerarquía eclesiástica (la derecha de los curas tienen tradición en estas cuestiones desde la relación Opus Dei y Franco). Ya si los EEUU clasifican como golpe de Estado la toma a la fuerza del poder, estarían obligados a retirar millones de dólares en ayuda anual al país que los años ’80 tuvo para la América Céntral un papel semejante al de Colombia en los años ’90 y primera década del siglo XXI. O sea, por supuesto que no lo van hacer.

La batalla política se gana en las calles

En ese momento, la pelea se da de forma directa, en la dureza de los embates callejeros. La huelga general se mantiene y la tendencia es el aumento de la unidad solidaria entre los que luchan en el suelo. En general, en estos episodios históricos se forja una fuerzaa política colectiva, hasta más poderosa que los lazos con el mandatario derrumbado.

Quién resiste en Honduras debe estar tomando en cuenta todos estos factores. En el momento en que escribo estas palabras, militantes del Movimiento por los Derechos Humanos, del Bloque Popular, de la Vía Campesina y del Consejo Cívico de las Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, además de líderes sindicales, están con sus ordenes de prisión decretadas por el gobierno golpista. Apostar a la represión, aún protegidos por el cerco y de la censura mediática, aumenta el riesgo entre los golpistas de la disidencia dentro de las Fuerzas Armadas y de la aparición de negociadores “sensatos”.

Además de la polarización contra los golpistas, ya se constituyó un polo de poder que se reconoce en la continuidad de quien fue depuesto. Se trata del Gabinete del Gobierno de Honduras en Resistencia, y tiene en su composición a 27 actores políticos de 1º y 2º escalón del gobierno Zelaya. Para contraponer este polo es preciso confrontar a la oligarquía, pero también componer otro polo de aglutinación y poder decisorio. Si hubiera tiempo y sabiduría política, la coordinación puntual para la resistencia civil al golpe puede consolidarse en una instancia permanente, girando el poder hacia abajo y a la izquierda. Si Zelaya retorna al poder Ejecutivo del Estado burgués, los meses subsecuentes serán definitoriosl futuro próximo de Honduras y de toda la región.

Un golpe “democrático” presenta el límite de la “democracia” de procedimientos

Por más absurdo que pueda parecer, y lo es, este golpe fue “autorizado” por la Suprema Corte. Eso caracteriza una distinción con el periodo de la Guerra Fría. Con una técnica distinguida, portando un discurso de legitimación jurídica, la elite dirigente hondureña dio muestras de “ponderación” en el rito de conservación del poder. No creyó en los procedimientos legales de impedimento político de un Ejecutivo confrontado por los poderes liberales-burgueses, y a la vez, no cerró estos mismos poderes. Apostaron a la fuerza, pero aún no a la barbarie.

En otros tiempos el cierre hubiera sido aún más trágico, como ocurrió con Salvador Allende (Chile, en 1973). En el periodo en que vivimos, donde el debate se da sobre el formato de democracia, los golpistas tomaron una medida preventiva, no cometiendo el asesinato a sangre fría del jefe de Estado depuesto. Llevando Zelaya a Costa Rica, país vecino, comunican al mundo que preservan los suyos, reservando la represión para la oposición interna de izquierda, postura política esta que no es la de Zelaya. Preservar la vida del gobernante derrumbado es algo semejante a lo ocurrido en el fallido golpe en Venezuela, en abril de 2002, cuando Hugo Chávez fue cercado en el Palacio de Miraflores, llevado a una prisión militar en el Caribe, y reconducido al poder después de la presión popular los días siguientes. Bien, esta presión del pueblo en las calles existe en Honduras. El problema hasta la fecha de publicar este texto, es el hecho de que Manuel Zelaya es recalcitrante y no dar señales de estar dispuesto a arriesgar la vida para mantener el gobierno.

De otra parte, si hay una diferencia entre el golpe hondureño y el intento del empresariado venezolano, es la relación con las fuerzas armadas. Chávez tenía el apoyo de la mayoría de los oficiales de baja patente y sargentos. Zelaya viene de la oligarquía hondureña y es visto como traidor por sus pares en la comandancia de las corporaciones militares aún profundamente influenciadas por la Escuela de Américas, las acciones de tipo tierra arrasada y las regulares implicaciones con el narcotráfico. Así, la variable represión va a jugar un papel importante. Esto porque, la reacción inmediata al golpe fue convocar una huelga general ya en la madrugada de domingo al lunes (29 de junio).

Laberintos y salidas para lo contra-golpe popular

Entiendo que en estos casos, la conmoción interna es el termómetro. Si no hubiera gente movilizada, aún sabiendo que es siempre una minoría activa quien toma al frente, daría por comprender que hay un apoyo de la “mayoría silenciosa” al golpe. El silencio de los que no son siquiera entrevistados es también fruto del bloqueo mediático. Como vivimos un momento de lucha popular de 4ª generación, las fuerzas represivas tienen como blanco permanente el bloqueo de antenas de telefonía celular, el control de lan houses y cyber cafés, además de la caída de tráfico y de velocidad en las bandas de Internet en el país. Minando la capacidad de convocatoria de los medios electrónicos y las herramientas de comunicación móvil y de interactividad, los hondureños dan pruebas de haber aprendido con velocidad las lecciones de la represión iraní contra la contestación ciudadana. Todo eso se suma con la siempre pésima cobertura de las agencias de noticias transnacionales y de las TVs con cobertura global como la CNN. No por casualidad, el recado de los golpistas ya en los primeros momentos, fue mantener en cautiverio por un periodo a un equipo de la Telesur.

Para interrumpir las protestas, habría dos salidas. Una sería la renuncia pública de Zelaya, gesto que no fue hecho. Otra, más costosa, es el aumento de la represión interna, retomando las prácticas de la década de ’80, cuando Honduras era el centro de la guerra sucia centro-americana promovida por los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush padre (de 1981 a 1992). En la mayor parte de los episodios semejantes, la falta de legitimidad no soporta los costos de muertos, heridos y mártires. Pero, para mantener el aliento, la resistencia civil interna necesitará ver la salida visible, lo que incluye el papel del actor legal, el presidente electo y depuesto Manuel Zelaya Rosales.

Las medidas de lucha en Honduras son mucho más contundentes de lo que se difunde por las agencias internacionales. Mientras escribo estas palabras, veo la noticia de que 34 carreteras internas están bloqueadas y Tegucigalpa, la capital, está cercada por tropas leales al golpe. Es justo lo opuesto de lo ocurrido en Caracas en abril de 2002. En la ocasión, el pueblo literalmente descendió, haciendo un cerco a la entradas de la capital venezolana. Simultáneamente, el Palacio de Miraflores y el más poderoso canal de televisión fueron rodeados de populares, siendo que la Telesur fuera reocupada por resistentes civiles.

En momentos de crisis, aún quienes opinan de afuera y públicamente se posicionan contra el golpe y a favor de un polo de poder popular por fuera de las estructuras de la democracia liberal de procedimientos (como modestamente lo hago yo desde Brasil), no podemos perder la frialdad analítica. Cada momento implica un paso y un proceder. Ahorita no más, aún envuelto en un manto de supuesta legalidad, está el aumento de la represión a través del Congreso golpista votando leyes de emergencia y de forma abrupta apunta que la bayoneta y las rejas son la opción preferencial de la oligarquía hondureña.

Esto se da porque afuera del país la cosa está muy difícil para los gorilas. Todas las condiciones externas para frenar el golpe están dadas, pero el jefe de Estado depuesto tiene que hacer su parte también. Retomado el aliento, con sustentación verbal (pero ningún acto incisivo) de la Asamblea General de la ONU, de la OEA, de la Casa Blanca (Obama se manifestó pero el Departamento de Estado no cortó la ayuda externa para Honduras), del ALBA, además de la retirada de todos los embajadores europeos en la capital hondureña, Zelaya tiene oportunidades reales de retomar el poder legal. Pero, para eso tendrá que arriesgarse físicamente. Ahora le resta cumplir su palabra, retornar al país escoltado o no por otros jefes de Estado y emparedar los golpistas.

Retomando el primer parte – después del vuelo de Zelaya

Un análisis desde el punto de vista del pueblo en movimiento no puede sostenerse según los pasos dados o no por un politiquero convertido. Las dudas de fondo no reposan en la resistencia civil y en la movilización de las entidades de base hondureñas. Ahí reside el grado de certeza de las mayorías latino-americanas. La cuestión difícil de ser respondida es en cuanto a la firmeza de propósito y la lealtad al cargo del propio Manuel Zelaya. De ese modo, prepararse para una lucha de más largo plazo y no anclar las esperanzas en las posturas políticas del oligarca convertido parece ser la medida más correcta a ser tomada.

Este artículo fue publicado originalmente en el portal Barómetro Internacional.

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