Noviembre 2008, Bruno Lima Rocha
Para comenzar un tema como ese, es necesario aportar definiciones. ¿Qué diferencia existe entre los fines y los medios? Es común escuchar una afirmación del tipo: “los fines justifican los medios”. No concuerdo. Los medios son el producto de los fines. En la política, el proceso es tan o más importante que las victorias puntuales. Con la noción de fines que justifican cualquier cosa, la finalidad termina siendo “cualquier cosa”. Es todo menos un proceso de cambio profundo. Esta forma de pensamiento simplista, de que todo sirve, acaba por ser una fábrica de traidores de clase. Para quien piensa que exagero, invito a que el lector haga una breve investigación sobre la trayectoria política de los hombres y mujeres del PT con algún peso tanto en el partido como en el gobierno Lula. En esta lista, la presencia de ex-sindicalistas es ancha.
Porque estos militantes sindicales, que enfrentaron la dictadura militar brasileña (1964-1985) a finales de la década de ’70, se dejaron envolver por un proyecto político que ni siquiera llega a ser reformista. Como soy militante de una federación anarquista, entiendo que la relación de causa y efecto no es directa ni pre-determinada. Pero una de las razones por las que líderes sindicales con trayectoria política inicial acabaron fortaleciendo el neoliberalismo en Brasil me parece obvia. Esta militancia jamás se propuso organizar un proceso de cambio profundo en el país. Aún cuando algunos de ellos creían en eso, nunca emplearon las herramientas necesarias. Ni pensaron de forma estratégica para acumular fuerzas pensando en una ruptura con el orden social vigente. O sea, si llegaron a tener intencionalidad revolucionaria, desde el comienzo no contaron con el instrumento adecuado.
En la tesis aprobada el 24 de enero de 1979, en el IX Congreso de los Trabajadores Metalúrgicos, Mecánicos y de Material Tranvía del Estado de São Paulo, la disposición de lucha se confunde con el instrumento de las elecciones de la democracia burguesa. Como el partido ya nace de masas – de afiliación abierta y sin definición político-ideológica – y quiere participar de la administración del Estado, ganando puestos en la competencia electoral, la radicalidad ya nacía muerta. Vean las palabras originales de aquellos sindicalistas que convocaban el congreso de fundación del PT: “No (queremos) un partido electorero, que simplemente elija representantes en la Asamblea, Cámara y Senado, pero que, además de eso y principalmente, sea un partido que funcione del primero al último día del año, todos los años, que organice y movilice todos los trabajadores en la lucha por sus reivindicaciones y por la construcción de una sociedad justa, sin explotados y explotadores.”
En este caso, si los fines eran: “construcción de una sociedad justa, sin explotados y explotadores”, el medio empleado generaba conflicto con la finalidad de la organización política, porque la tendencia a competir por el voto dentro de las reglas burguesas es absorber el esfuerzo militante. Y, a medida que se van ocupando puestos en las administraciones locales, el partido se hace cada vez más responsable por la legalidad capitalista. El camino trazado, “el medio”, va contra “el fin” trazado por el partido antes de ser fundado. Otro error es confundir el movimiento popular con un partido de masas de tipo electoral. Ambas propuestas ocupan el mismo espacio político y el conflicto es inevitable. La lucha interna entre “políticos” y “masistas” es cuestión de tiempo. La decisión de actuar “tácticamente” dentro del juego político burgués se revela. Es un tiro en el pie, un suicidio político.
Otra vez encontramos el dilema de fines y medios. En la falta de un objetivo permanente, la estrategia no existirá. Sin estrategia, entramos en el reino de la táctica. La táctica marca el momento, la maniobra en batalla. La estrategia es definidora de la guerra. Si el plan táctico es el único que existe, entonces las actividades van a corresponder sólo al corto plazo. La historia de las luchas sociales nos muestra la fórmula: “política de corto plazo/participación electoral/partido de masas” = reformismo y traición de clase.
Sin la finalidad de cambio profundo, las parcelas de poder ocupadas serán a través del voto y no de las calles. Tomar esta parcela de poder tiene un coste alto. La máquina político-partidaria crece, pero mientras más votos en la urna, gobiernos locales y sillas en el parlamento, menos militantes quedarán en la organización de base. Poco a poco, la política deja de ser un fin para ser sólo un medio de supervivencia y ascenso social. Para los anarquistas, la organización debe ser una escuela de vida. En la política de la ex-izquierda que se alía con la derecha, la “escuela” es de arribismo.
Comprendo que los fines son productos de los medios. Por tanto, entiendo que el Objetivo (el fin) subordina el Método (el medio). Luego la Estrategia (el largo plazo) marca la finalidad, el objetivo. Y la táctica (el corto plazo) es subordinada a la estrategia y al fin. Por eso no se pueden hacer maniobras que no sirvan para acumular fuerzas rumbo al Objetivo. Sin los instrumentos políticos necesarios, es imposible hacer la construcción del proceso de cambio. No da para quebrar cemento armado con una cuchara de palo.