Barack Hussein Obama II se presenta como el gran operador de relaciones públicas de los EEUU, atrayendo las atenciones por este comportamiento. Se trata de un juego de espejos entre aquello que estamos viendo –un presidente estadounidense simpático y culto – y el accionar de tipo imperialista, cuando ataca un dictador en Libia, otrora tolerado. En la foto, Obama confraterniza con Mauricio  Funes, presidente salvadoreño farabundista y ex corresponsal de la CNN en la tierra de Romero asesinado por escuadrones financiados con plata yankee.  - Foto:zimbio.com
Barack Hussein Obama II se presenta como el gran operador de relaciones públicas de los EEUU, atrayendo las atenciones por este comportamiento. Se trata de un juego de espejos entre aquello que estamos viendo –un presidente estadounidense simpático y culto – y el accionar de tipo imperialista, cuando ataca un dictador en Libia, otrora tolerado. En la foto, Obama confraterniza con Mauricio Funes, presidente salvadoreño farabundista y ex corresponsal de la CNN en la tierra de Romero asesinado por escuadrones financiados con plata yankee.
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24 de marzo, desde Brasil, Bruno Lima Rocha y Rafael Cavalcanti

El huracán mediático Barack Obama pasó por el Brasil para marcar también una nueva política. Cambiados los tiempos, esta vez la línea del Departamento de Estado es pro-activa, buscando reconstruir una agenda bilateral entre los dos países. Ahora el foco de los Estados Unidos es la reaproximación de Occidente al Brasil; lo que implicaría el alejamiento paulatino de los brasileños de las tesis latino-americanistas. Es la razón por lo que nuestro país es elogiado por los norteamericanos en actos discursivos, en lo que concierne a América Latina. A la vez, los EUA tienen una posición tímida en cuanto a nuestra presencia permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Recordamos que los años anteriores la relación entre los dos países no fue exactamente armoniosa. La agenda fue debidamente vaciada aún en la mitad del primer gobierno Lula, debido a posiciones más agresivas que tuvieron inicio con la depuración venezolana, cuando se radicalizó en parte el proceso bolivariano después de la victoria contra el golpe de Abril de 2002 y el Paro Petrolero (sabotaje de tipo lockout) a finales de aquel fatídico año. No es necesariamente una novedad afirmar el cambio de posicionamiento de Lula en función de la ampliación de las alianzas a partir de las victorias de Hugo Chávez y la derrota del proyecto del ALCA en el Continente.

Terminado el desastre de los dos gobiernos consecutivos de George H. W. Bush (Bush Jr.), la línea de propaganda de los EUA fue otra. Obama desató en todo el mundo una imagen y empatía típicas de la epopeya de los Derechos Civiles en los Estados Unidos. Por primera vez desde John F. Kennedy, los Estados Unidos tienen un líder carismático al punto de ser popular, haciéndose una referencia para los electorados de algunos países.

Los estrategas de la diplomacia estadounidense operan con esta certeza y están usufructuando de esa proyección simbólica de acuerdo con sus intereses a partir de dos máximas de la política. Una de ellas es “dividir para reinar” y la otra es la “capilaridad de la imagen de un político”, acentuando su representación imaginaria y no la real factual.

La penetración imaginaria de Barack Obama corresponde a su trayectoria como científico político, abogado con buena oratoria y organizador de base en güetos de la Gran Chicago. Bate fondo en la formación del Occidente, aún para aquellos que están contra la política imperial de la “mayor democracia del mundo”. Sabemos que para los valores democráticos, aún los de corte liberal–elitista, aún existe fuente de inspiración y grado de respeto con las luchas de la sociedad estadounidense y en especial con las etnias en tentativa de emancipación, como es el caso de los afro-descendientes y de los latinoamericanos de distintos orígenes. Ese tipo de conmoción es la tarjeta de visita del presidente que, teniendo un origen en el melting pot pluri-étnico construye una carrera vinculada al Partido Demócrata de Illinois.

No hay que negar esto, así como también es innegable su papel –el de Obama– hoy limitado, en el sentido de promover los derechos y garantías básicas de las mayorías en los EUA y, obviamente, la absurda relación de fuerza y emparedamiento inagotable entre la derecha política, las sanguijuelas del mercado financiero y también la propia derecha financiera (con énfasis en la mediática). Barack Obama está contra la pared en su país y su plataforma de política interna se ve con recursos casi agotados y sin tráfico en las dos instancias parlamentarias. No solamente los Republicanos tienen mayoría en Senado y en la Cámara de Representantes de los EUA, sino también buena parte de los Demócratas son conservadores en su agenda nacional, e imperialistas en la pauta global. Su diferencia con los republicanos es la intención de buscar fuentes de legitimación de tipo multilateral, como lo fue la absurda votación del Consejo de Seguridad de la ONU a favor de la zona de exclusión aérea y apoyando el bombardeo contra bases e instalaciones bélicas aún leales a Muammar Al-Gaddafi.

Retomando el análisis de impacto de Obama en su turné por estos lares, resaltamos dos momentos. La agenda brasileña del presidente de los EUA es un caso y su aspecto de adulador de la nueva elite internacional –los dirigentes y celebridades brasileñas– necesita otro análisis. Una caracterización posible del pasaje de Obama por el Brasil es el ejercicio de la diplomacia a través del énfasis en los aspectos de usos y costumbres de pueblos con alguna similitud en su formación multi-étnica, aunque occidental. Esta caracterización es simpática y refuerza la auto-estima de los brasileños, en especial de la mayoría afro-descendiente.

Ya su presencia en América Latina es un tiro simultáneo en tres direcciones. La primera apunta hacia el escenario internacional y dice obviamente respeto a una clásica maniobra divisionista. Obama se presenta como el gran relacionista público de los EUA, atrayendo las atenciones por este trato. Se trata de un juego de espejos entre aquello que estamos viendo –un presidente de los EUA simpático y culto– y el accionar de tipo imperialista, atacando a un dictador en Libia, otrora tolerado. De ese modo, la sala de crisis y la atención en torno a Washington queda con las imágenes diluidas entre la trouppe del presidente de los EUA, las decisiones tomadas a la distancia y el teatro de operaciones en el Mare Nostrum de la OTAN.

La segunda dirección apunta en la agenda única hacia construir las políticas bilaterales necesarias, reforzando aspectos ya consolidados –como en el caso chileno– o abriendo la portera para la entrada de los EUA cómo agente de interlocución en un local tenso como El Salvador. El presidente de ese país, Mauricio Funes, es farabundista aunque haya ganado popularidad como periodista y hasta corresponsal de la CNN. Cualquier acción de reposicionamiento de los EUA en América Central tiene relevancia para el Departamento de Estado, en especial después de la victoria política ganada con el golpe militar en Honduras el 28 de junio de 2009. La quiebra de una cadena de lealtades y victorias de la centro-izquierda y del nacionalismo latino-americano culmina en la legalización del golpe contra Manuel Zelaya, probando también la incapacidad de la Organización de los Estados Americanos (OEA) para administrar una situación de crisis con impacto y contundencia. Basta que lo comparemos con la acción promovida por el Consejo de Seguridad de la ONU y la “unilateralidad” de sus múltiples agentes al unísono, a través de la “coalición” contra el gobierno de Libia.

Estar otra vez cerca de El Salvador y dar énfasis a planes integrados –quien sabe hasta dando márgenes para resucitar el moribundo Plan Puebla Panamá– pasa por establecer un diálogo prolífico con el presidente del FMLN y su tímida política económica. También implica un mensaje no tan subliminal, a partir del Golpe en Honduras, afirmando que los EUA están más que predispuestos a actuar en el Continente, reconociendo rápidamente a gobiernos golpistas mientras mantengan una apariencia de legalidad en el acto de deposición del presidente electo.

Es en este sentido es que apunta la última dirección del análisis. Dos países son tomados como “modelos” para el accionar del Departamento de Estado en América Latina. Uno de ellos es Colombia, después de permitir la instalación de bases y tropas terrestres estadounidenses en su propio territorio. El otro es Chile, por todo lo que representó y representa, tanto como experiencia de transición pacífica al socialismo –derrotada a través de un golpe sanguinario– como por la “opción chilena” al combinar en forma de laboratorio un Estado fuerte y gendarme, con una política económica de estructura de privatización y en a favor de la transnacionalización de la economía, retirando paulatinamente derechos históricos de los trabajadores y, a la vez diseminando la cultura del capital ligero y de culto al emprendedor. Cuando un presidente de los EUA va a Chile, especialmente tratándose de un gobierno derechista comandado por un magnate de origen pinochetista, va a conmemorar la victoria de su proyección imperial y también a abrir flancos de negociación de forma acentuada.

El problema de la relación de los EUA con Chile –problemático desde el punto de vista de los estadounidenses– es la memoria histórica. En el Brasil, por ejemplo, la ausencia de la pauta derechos humanos conectada a la política y el hecho de que el actual presidente del Estado más poderoso del planeta sea negro, refuerza la empatía y el encantamiento, al llamar a uno de los líderes del G-20 como “compañero senior”. Ya en tierras chilenas, tanto la victoria de Sebastián Piñera en las elecciones de 2009 como el no pedido formal de disculpas por parte de los EUA, operan como un bloqueo a la penetración de su “efecto encantamiento”. Obama opera muchas de las veces, más como relacionista público que como jefe de Estado y Ejecutivo más importante del planeta. En general, como es típico de la agenda real de la diplomacia y relaciones de fuerza, las pautas no entran tanto en destaque, pero sí la proyección de la imagen. En la era de las celebridades, hasta en acciones imperiales tiene que haber penetración mediática y capacidad de convocatoria para la lectura común a través de una cultura de rápida degustación. Es sonriendo al mundo y presentándose como una “persona humilde” que el presidente Obama refuerza su posición y prueba las habilidades de su equipo de relaciones públicas al transformar una amenaza en un encantador de audiencias.

Apuntando conclusiones: Obama es más peligroso que Shakira

Barack Obama es un verdadero encantador de audiencias masivas y audiencias seleccionadas. Por primera vez en su historia el Imperio cuenta con un presidente muy culto y simpático a la vez. Es innegable tanto su carisma como la manipulación de éste para con el público interno de los EUA (relación más bien desgastada por la ineficacia en aprobar medidas básicas de mejoría de vida) así como para con quien lo recibe y asiste a su trayectoria en los pagos latinoamericanos. Es obvio que la visita al Brasil fue la parte más fortalecida de esa gira, pero también es obvia la utilización del presidente estadounidense con la ventaja política de su diplomacia.

La agenda diplomática fue puesta sobremanera en segundo plano, llegando a no influenciar en la agenda de la cobertura de la tournée basada en la cultura de las celebridades. Como señal, el paso a paso de Barack y Michelle por aquí fue grabado y difundido en tiempo real, vía Internet, a través del proveedor de la propia Casa Blanca. Esta vez la apuesta es seria y contundente. Los EUA tienen un personaje que puede ganar arraigo de credibilidad en formadores de opinión –en escala razonable– en los países latinoamericanos. Fue para eso que vino aquí, además de reforzar la acción coordenada bilateral junto al Brasil.

Su agenda es comparable a la recorrida por la cantante Shakira, con algunas diferencias. Una de ellas es que, por más manipulable y cambiada en mercancía que sea la cantante colombiana-estadounidense, ¡ella no autoriza bombardeos sobre blancos militares o estatales de país alguno! Otra es respeto al llamamiento publicitario de Shakira, que no es tan creíble ni genera tanta adhesión como la presencia de este abogado y científico político que concentra el mayor poder en el mundo. Y, por fin, el acto de adherirse a una agenda bilateral promovida por el gobierno Obama-Clinton, tiene implicancias más graves que consumir una producción de la industria cultural como es la cantante yanki–colombiana.

Artículo originalmente publicado y difundido por el Barómetro Internacional

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