El 74% de los argentinos aprueba la nacionalización de la petrolera YPF, segundo una encuesta nacional del Centro de Estudios de la Opinión Pública de Argentina. - Foto:Hispan TV
El 74% de los argentinos aprueba la nacionalización de la petrolera YPF, segundo una encuesta nacional del Centro de Estudios de la Opinión Pública de Argentina.
Foto:Hispan TV

25 de abril de 2012, Bruno Lima Rocha, traducción de Maurício Bezerra

La renacionalización de la empresa Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) fue una acción correcta. El equivalente a Petrobras en Argentina, privatizada a precios ínfimos y cuya compra fuese con moneda podrida, fue retomada a través del control accionario por parte del Poder Ejecutivo.

Al contrario de lo que fue transmitido en Brasil, la petrolera española Repsol, ‘dueña’ de YPF S.A., no es necesariamente un inversionista.

Poco o nada fue realizado después de su adquisición en medio de la farra de pizzas con champagne de 1993, característica del gobierno de Carlos Saúl Menem. Fue el no cumplimiento de metas contractuales lo que permitió a la presidenta argentina, Cristina Fernández, ejecutar la voluntad política de las mayorías electorales de Argentina.

Sólo es posible comprender la dimensión de las medidas de Cristina si hubiera algún conocimiento al respecto sobre el significado que la dicha medida significa para la sociedad argentina. Tanto de la era Menem, en general, como de la YPF en particular.

La petrolera de los hermanos tuvo su primera versión en el gobierno de Hipólito Yrigoyen, en 1922. Entre 1928 y 1930, YPF concreta su condición de empresa de petróleo, más aún sin monopolio, enfrentando la presión de Standard Oil y de la Shell.
La acción de dichas trasnacionales petroleras dará resultado, siendo un factor determinante para el golpe de estado de 1930. Uno de los visionarios precursores del emprendimiento nacional, el ejemplo de Enrique Mosconi, quien renuncia a su cargo al frente de YPF y muere en el ostracismo en 1949.

Es solamente en 1949 que el monopolio es asegurado, ya en el primer gobierno peronista. Esto dura hasta la llegada de Menem al poder, cuando el Partido Justicialista abandona sus posiciones históricas.

No es mesurable para nosotros los desmanes y la corrupción de los ocho años del gobierno de Menem (1989-1998), el fracaso de la Alianza (con De la Rua), y los casi dos años de gobierno de amortiguación de Duhalde (2002-2003).

Comparado con Argentina, el libro del periodista brasileño Amaury Ribeiro (Privataria Tucana, Geração Editorial, 2011) es un cuento de hadas. Así, retomar el control nacional, respetando las voluntades manifiestas por la mayoría de los argentinos, es lo mínimo que se espera de un gobierno electo. Sino sería apenas una copia de los gerentes anteriores.

Más allá de las acusaciones de populismo y de ocultar una crisis, cualquier persona que conoció la Argentina de las décadas anteriores, sabe que hoy hay todo, menos crisis.
Es necesario entender que los argentinos fueron saqueados en los años ’90, derrotaron un proyecto neoliberal a través de una rebelión popular (diciembre del 2001) y exigen medidas de recuperación del patrimonio.

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