05 de noviembre de 2009, desde la Vila Setembrina,
Bruno Lima Rocha
En las siguientes líneas apunto algunas reflexiones iniciadas al calor de las horas siguientes al retorno de Zelaya al suelo hondureño. Seguí observando y tomando notas los días siguientes, cuando la embajada del Brasil se hizo el epicentro del terremoto político centro-americano. Abordo el tema a partir de un ángulo distinto al de la visión mayoritaria. Busco, a través del presidente depuesto, localizar a los protagonistas organizados en las entidades de base y en el Frente Nacional de Resistencia.
Tres golpes en siete años: el Imperio perdió dos y corre el riesgo de perder uno más
En los últimos siete años, tres intentos de golpe de Estado fueron practicados por oligarquías latino-americanas coordinadas, de forma oficial u oficiosa por los Estados Unidos (EUA), a través del Departamento de Estado, el Comando Sur y agencias como la CIA y la DEA. El primero fue en Venezuela, en abril de 2002, cercando al cholo Hugo Chávez en el Palacio Miraflores y resultando en una poblada, con Caracas en pie de guerra y las fuerzas armadas divididas. Chávez volvió al poder, derrotó a los escuálidos y profundizó su estilo de gobierno. Después de la victoria contra los golpistas y la derrota sobre la derecha luego del lock out petrolero, el pueblo de los barrios y morros pasó la ofensiva, forzando al gobierno a profundizar el proceso de división de ingresos y rentas.
Otro intento ocurrió en Bolivia, en septiembre de 2008, a través de las oligarquías de la llamada Media Luna. En esta ocasión, la máscara cayó y uno de los líderes públicos de la oligarquía cruceña se hizo público. Se trata del notorio traficante de drogas y latifundista de soya, Branko Gora Marinkovitch Jovicevic; nacido en Bolivia, hijo de croatas pro-nazis y formado en la Universidad de Tejas. El entonces presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, fomentó una rebelión derechista, moviendo la chicha y la cerveza de a litro, predicando la secesión del país “productivo” contra los “lerdos” del altiplano. La aventura terminó en la Masacre de Pando y en el cerco estratégico de columnas populares a algunas capitales separatistas. El gobierno del aymará Evo Morales se mantuvo gracias a su capacidad de respuesta, una vez que dos columnas de campesinos y mineros cercaron la capital de la secesión camba, Santa Cruz de la Sierra. La tierra de Túpac Katari e Inti Peredo casi vivió la última guerra de liberación anti-colonial. No se dió aquella vez y la legalidad republicana viene sobreviviendo desde entonces.
En la tercera tentativa, los poderes hondureños, a través de las fuerzas armadas entrenadas bajo la influencia de la Escuela de Américas, derrumbaron al presidente electo. No fue un golpe como los del periodo de la Guerra Fría y ni siquiera se parece al autogolpe del nipo-peruano Alberto Fujimori, en abril de 1992. José Manuel Zelaya Rosales fue derrumbado por un golpe cívico-militar el 28 de junio de este año. Justo el domingo de mañana, día en que se convocaba una consulta acerca de la necesidad o no de una Asamblea Nacional Constituyente, el presidente electo por el Partido Liberal de Honduras (PLH), fue cercado en su residencia y llevado preso a Costa Rica. A partir de este día hasta su retorno el 22/09 al país, Zelaya practicó una intensa actividad diplomática, rellenada de alianzas puntuales y dobles discursos. La motivación fáctica de los oligarcas bananeros de siempre en Honduras es la legalidad constitucional.
Parece que se inspiran en la posibilidad de repetir el año de 1955 en la Argentina. Una vez derrumbado Juan Domingo Perón a través de un golpe más a la derecha (gorilas, liberales, socialistas y comunistas pró-Moscú) iniciado el 16 de septiembre, el peronismo/justicialismo quedó prohibido de participar – al menos en su integralidad– en las elecciones subsecuentes. Si Zelaya no volviera, esa sería la línea adoptada por el presidente golpista Roberto Micheletti, por el general torturador Romeo Vásquez (el ex-jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas hondureñas, destituido días antes del golpe) y el gobierno exterior en paralelo comandado por los ultra-conservadores yankees encastillados en el Departamento de Estado y en el Comando Sur del Imperio.
En Honduras, hay una bomba de tiempo accionada
Hay momentos en la trayectoria de un país en que la toma de decisión es fundamental. En el caso de Honduras, a pesar y además de todas las alianzas y maniobras diplomáticas realizadas por el presidente depuesto José Manuel Zelaya Rosales, había un factor estratégico. Ese factor tiene un nombre y se llama correr riesgos. Si el liderazgo del presidente constitucional quería mantenerse legítimo, el latifundista convertido en líder popular tendría que luchar, ponerse en la recta y arriesgar la vida. El país sufrió un golpe a través de un ejército fiel y leal la Escuela de Américas que lo entrenó, y subordinado a los poderes instituidos bajo el control de la oligarquía local. Ese es el tipo de tropa que no juguetea y no se arrepiente. Todo golpe de Estado es sinónimo de violencia y peligro. Para recuperar partes de este poder, había que jugar con todas las posibilidades, inclusive de vida. Y, Zelaya, cuando cruzó la frontera y se refugió en la embajada brasileña en Tegucigalpa, tomó para sí esa carga.
Muchos analistas dudaban de la capacidad del político de carrera del Partido Liberal de Honduras (PLH) para aceptar el desafío impuesto. Los dos primeros intentos de retornar al país, sin siquiera pasar de la frontera con Nicaragua reforzaron este punto de vista. Confieso que estaba escéptico también, y erré. Detalle, eso no convierte a José Manuel en José Martí o José Gervasio ni nada parecido. Él es la última esperanza de un proceso de división de un poco de renta y riqueza y de un desarrollo capitalista parcialmente autónomo. A su izquierda, en el seno del Frente Nacional de la Resistencia tiene gente muy seria, peleando duro y asestando lejos, yendo más allá de los horizontes de la democracia liberal-burguesa, apuntando hacia objetivos finalistas de democracia de tipo directa e insubordinación del país al negocio de plataforma de exportación primaria para el Imperio. Fue esa la parcela de hondureños que obligó Zelaya a moverse. Y, para sorpresa de muchos, incluyendo este que escribe, él lo hizo.
En situaciones límite, la calidad del liderazgo político también implica en su pré-disposición personal a jugar duro y transitar en las parcelas grises de las estructuras y alianzas internacionales y continentales. No tengamos ilusiones, nadie hace política en el exilio sin infraestructura, recursos y seguridad individual. Dada la procedencia de los militares hondureños, la posibilidad de ser asesinado era y es una constante. Si el magnicidio es hablado abierta y públicamente en los medios de comunicación oligárquicos de Venezuela, que se dirá en las sombras de ventanas de fondos de cuartos de hotel y casas de apoyos en las zonas de frontera. El ex-presidente tiene agotamientos de confianza, y con certeza buenos contactos entre oficiales militares de su país. Aun así, para cruzar la frontera de un pequeño país extremadamente vigilado, tuvo que haber defección y errores entre sectores castrenses.
Durante los ochenta y seis días que peregrinó por la América Céntral y yendo a los foros diplomáticos adecuados, Zelaya contó con logística y un aparato de inteligencia operando para él. De lo contrario, ni vivo estaría. Aún un ex-presidente depuesto pasa dificultades, y todo aparato político –aún más en el exilio– cuesta caro. Sin infraestructura y recursos, no se hace nada más que testificar la decadencia de un proyecto político. No fue esta la alternativa de Zelaya, dada la velocidad con que se movía. Los países del Continente están jugando con la posibilidad de frenar la tentativa de contra-ofensiva del Imperio. Y el epicentro ahora está en Honduras. Esa constatación refuerza la tesis del apoyo directo o indirecto de gobiernos y administraciones latino-americanas.
Ciertamente para eso, contó con aliados diversos y muchas veces disputando liderazgo en la misma región. Tal es el caso entre Brasil (¡finalmente!) y Venezuela, que ya venía dando sustentación al gobierno de Mel a partir de las negociaciones lícitas del precio del barril de petróleo y en operaciones de tipo corazones y mentes, como la Operación Milagro, donde los ancianos fueron operados gratuitamente (como debe ser) de cataratas y otras enfermedades curables de los ojos.
Pero, en ese breve exilio el presidente depuesto tuvo que tener habilidad con las reglas de la política tradicional. Oscilando entre grupos, Zelaya juega un poco como franco-tirador en la política, aunque parezca un poco más bufón de lo que es. Primero señaló ser favorable al Acuerdo de San José, coordinado por el presidente de Costa Rica, Oscar Arias. En este texto, constaba la amnistía para los golpistas y el abandono de la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Si esta vergüenza se hubiera dado, quedaba abierta la puerta para una serie de golpes institucionales o posibilidades jurídicas “destituyentes” de los gobiernos electos. Por suerte, después del anuncio de Mr. Arias, Zelaya vociferó estar contra el texto y el “consenso” –cuyo precio era intentar “pacificar” la resistencia- para el retorno.
Lo que hay de inusitado es la reacción del presidente destituido. La mayoría de las veces, los líderes de tradición oligárquica, aún con apoyo popular, no arriesgan a la desintegración del orden social para recuperar una parcela del poder político. Tal fue el caso del ex-presidente brasileño depuesto João Goulart, por ejemplo. Ante la posibilidad de división de las fuerzas armadas y guerra civil en defensa de su gobierno y del proceso democrático-liberal, Jango roncó bajo y no accionó la cadena de mando entre militares aún leales a él. No tuvimos “guerra civil” en el Brasil, pero se pagó el precio de más de cuarenta mil torturados, presos políticos, desaparecidos y veintiun años de dictadura. El precio fue alto demás para mantener el orden social en detrimento delaorden político. Quedemos atentos, porque ese tipo de maniobra aún puede ocurrir con Zelaya. Aunque, seamos justos, cada día que pasa, los márgenes para tomar ese tipo de decisión se reducen.
Quién lucha en Honduras y como informarse de esta epopeya cívico-popular
No me sorprenden las multitudes en las calles de Tegucigalpa y de otras ciudades hondureñas. Desde el día 28 de junio leo diariamente los medios alternativos hondureños, A pesar de la desinformación por la cual pasamos, es posible atravesar el bloqueo mediático. Por un lado, acompañé al Frente Nacional de la Resistencia a través de medios hondureños alternativos, como el excelente proyecto Habla Honduras, o en las transmisiones de radio web de la Radio Feminista o de la Radio Liberada. Las fotos, vídeos y transmisiones radiofónicas no dejan dudas. Estamos delante de una pelea popular y con una dimensión gigantesca para las proporciones del país.
La pauta central de las entidades y organizaciones que componen el Frente Nacional de Resistencia Contra el Golpe es la nueva constitución y la pulverización del poder. Este se concentra tanto en la oligarquía hondureña como en sus socias mayoritarias, transnacionales de mineración o bananeras como la estadounidense Chiquita, ex United Fruit.
Chávez, Lula y hasta Obama saben que Manuel Zelaya sabe que está sentado sobre una bomba reloj. Por un milagro de Don Oscar Romero milagrosamente, esta vez el Brasil y su diplomacia se comportaron a la altura de quien quiera ser líder en la región. Este país, que se enorgullece de ser neutral en los conflictos, fue el que ayudó a exportar la Doctrina de las Fronteras Ideológicas, enviando torturadores a los cuatro cantos del Continente, además de haber participado activamente en la Operación Cóndor. Se espera que la medida de recibir el presidente depuesto en la embajada de Tegucigalpa comience a cambiar las prácticas de Itamarati (Ministerio de las Relaciones Exteriores de Brasil).
Concluyendo el análisis
Honduras está próximo a un conflicto en gran escala, pudiendo resultar en una rebelión popular sin precedentes. Se espera que el pueblo hondureño en general, y el Frente Nacional de la Resistencia en particular, estén preparados para una lucha a largo plazo. En el corto plazo, derrotar a los golpistas tiene un significado estratégico para toda América Latina.
Este artículo fue publicado originalmente en el portal Barómetro Internacional