05 de enero de 2010, desde la Vila Setembrina,
Bruno Lima Rocha
El domingo día 13 de diciembre Chile vivió el primer turno de sus elecciones generales. La segunda vuelta será el día 17 de enero y hasta allá, para sorpresa de muchos, podremos ver una parte de la derecha pinochetista volviendo al poder. El candidato de ese sector (Coalición por el Cambio), Sebastián Piñera, de la Renovación Nacional, RN, aliada del ex-partido pro-Pinochet, Unión Democrática Independiente (UDI), alcanza al 44,05% con quince puntos más que el candidato oficial, el demócrata-cristiano y ex-presidente Eduardo Frei (PDC-PPD, 29,60%). El Partido Socialista (PS) divide los votos de la alianza de dos décadas entre su propio partido y el PDC (Concertación), y lanza un candidato propio. Los números hablan por sí solos. Marco Enríquez-Ominami (hijo del dirigente de MIR histórico, Miguel Enríquez), candidato socialista, tuvo el 20,13% de los votos y dividió al electorado gubernista. La identificación por la izquierda sale aún más fragmentada, pues el Partido Comunista (PC) lanzó un ex-ministro de Salvador Allende, Jorge Arrate, recibiendo 6,21% de los votos.
De su parte la presidente Michelle Bachelet traspasa los 80% de aprobación, pero no consigue siquiera lanzar la candidatura unificada de la alianza de gobierno. Habrá quien diga que existe una asociación directa entre la identificación ideológica y opción de voto. Afirmo que la premisa es falsa, y este caso chileno lo ejemplifica. La médica Bachelet termina el mandato rivalizando con Lula en popularidad. A la vez, la suma de los votos de su candidato oficial y lo de su partido, juntos, pasarían en sólo cinco puntos los números de Piñera.
Otro analista podría contra argumentar, diciendo que un Ejecutivo popular tiende a despegarse de su partido o base aliada. El hecho es verdadero, pero no acostumbra ocurrir en sociedades polarizadas como la chilena. Otro factor para la alta votación de la Coalición por el Cambio (UDI-RN, base pinochetista) podría ser el desgaste de un grupo en el poder después de casi dos décadas. El argumento es igualmente válido, pero no explica la no asociación entre voto y nociones generales de ideas-guía (la ideología en formato difuso).
Una real posibilidad del alto índice de votación de Piñera se debe a la fragmentación del electorado, sumados al escepticismo y voto útil. El voto fragmentado transcurre al presentarse el PS con una candidatura propia, concursando por votos similares o próximos a Eduardo Frei (PDC) por la situación. A la vez, el mensaje era directo. La Concertación tenía sus días contados, hasta porque, sin la leyenda de Allende, la alianza no se realiza. Así, delante de un nuevo escenario, los electores reforzaron algunas identidades en particular, hasta porque en Chile el voto es distrital (herencia de la Constitución de 1980), lo que aumenta el localismo y el voto por pautas locales.
La estructura de Estado de Pinochet permanece. Por eso la derecha ve el camino libre hacia el frente
La dura verdad es que el escepticismo del chileno medio se da también por el mantenimiento de las estructuras de poder de Pinochet. Todos los gobiernos después de 1990 mantuvieron un alto nivel represivo con los movimientos sociales, con foco especial en la izquierda social y en el Movimiento Mapuche (indígena). Las políticas económicas fueron igualmente conservadoras (neoliberales) sin aumentar el nivel de empleo formal y menos aún el poder de compra de los salarios. La contra cara es un alto índice de paro y poca oferta de aumento del empleo formal. Con el terreno preparado, la herencia política del dictador ya puede reencarnarse.
Hay que agregar una noción general de penetración de categorías de mercado como el lenguaje y la aspiración del trabajador mediano en Chile. Esta información, o mejor, este análisis conceptual de información, me lo pasó el amigo venezolano, el profesor Samuel Scarpato que en el segundo semestre de 2009 pasó cursando su doctorado en la Universidad de Concepción, en el sur de Chile. Asociar nociones de progreso con valores individualistas y la auto-ayuda gerencial es una clave para interpretar votación amplia en sectores que vienen de Pinochet.
Particularmente, desde 1996 tengo contacto semanal con militantes chilenos y los relatos de represión y a veces de muerte, además de prisión arbitraria, criminalización de las marchas y actos, son abundantes. Esto sin hablar en un ambiente político lleno de espionaje e infiltración estatal. He ahí la base para un sentido de permanencia de la sociedad vigilada. La propia corporación de los Carabineros es el ejemplo más bien acabado, materializando el concepto de que los pilares de la dictadura continúan. El cuerpo policial militarizado, que siguió operando en los años de la Concertación siguiendo la disciplina prusiana, mantuvo la vocación de colonialismo interno y represión social del periodo Pinochet. El caldo de cultura colonial se manifiesta en el enfrentamiento con luchas ancestrales como la del pueblo Mapuche, colocando al Estado como vigilante de las parcelas más organizadas del pueblo chileno. Con este tipo de representación de valores, estaba pavimentado el camino para un posible retorno de los herederos políticos de Pinochet.
El elector medio chileno de pensamiento democrático o con tendencias de centro-izquierda tuvo como opción, a partir de 1990 una alianza entre adversarios históricos (PS y PDC), unidos en el proceso de apertura y transición de la dictadura. El momento en que esa alianza no pudo expresarse más en conjunto fue justo cuando un candidato de la derecha tenía (y tiene) más oportunidades de ganar. La tan elogiada “opción chilena”, niña de los ojos de los neoliberales de la América Latina, permaneció casi intocada en los casi veinte años de gobiernos recientes. Con el terreno económico preparado, la cultura política autoritaria preservada (no está intacta, pero se mantiene y cuenta con adeptos en la “izquierda”) está dada la atmósfera propicia para poner una pala de cal en la alianza entre demo-cristianos y “socialistas”, recibiendo la democracia liberal-representativa de brazos abiertos una alianza derechista, con un partido pro-Pinochet y otro bastante próximo al del genocida.
Para aquellos que apuestan en la vía electoral, aún es pronto para lanzar la toalla. Hay una probabilidad de Frei de ganar. Pero, las oportunidades de que exista un cambio substantivo en la relación del Estado con los movimientos populares, izquierda social y pueblos originarios, son mínimas. Con o sin Chicago Boy remodelados (Piñera y su campo), continuará habiendo represión social en el país de Víctor Jara. Es gracias a esta permanencia de las bases políticas, económicas, políticas y sociales de Pinochet, que en las calles (y no en las urnas) la cosa se debe calentar aún más tras la posesión del nuevo presidente electo.
Este artículo fue publicado originalmente en el portal Barómetro Internacional.