El momento electoral es una apertura de posibilidades para hacer política además de la urna y de la representación indirecta - Foto:carbunivali.blogspot
El momento electoral es una apertura de posibilidades para hacer política además de la urna y de la representación indirecta
Foto:carbunivali.blogspot

11 de mayo de 2010, da Vila Setembrina, Bruno Lima Rocha e Rafael Cavalcanti Barreto

Compartimos en este artículo dudas de fondo acerca de las próximas elecciones presidenciales del Brasil y de la capacidad (o la falta de esta), de los movimientos populares (a ejemplo del Movimiento Sin Tierra –MST- y la Vía Campesina) de apuntar a un proyecto de acumulación de fuerzas donde el pueblo organizado salga fortalecido.

Esta acumulación según entendemos, está contenida por límites estructurales, los mismos que constriñen los márgenes de maniobra del Ejecutivo electo. Pero, a la vez, mientras más contenido esté el Ejecutivo electo en el ejercicio del poder central, menores serán estos mismos márgenes al final del próximo mandato. Sabemos que para muchos compañeros de la politología ampliada (ciencia política, comunicación y política, estudio de las políticas económicas, análisis estratégico, economía política), esa correlación fina entre márgenes de maniobra, constreñimiento estructural y formas de acumulación por parte del pueblo organizado, son categorías secundarias cuando del análisis electoral se trata. Estamos en profundo desacuerdo.

Un analista de tipo “pragmático”, de esos que se acercan con la teoría de los juegos, haciendo analogía de las elecciones como una mezcla de casino y carrera de caballos, diría que los márgenes tienen poca relevancia porque no están en disputa. Una misma base argumentativa diría que este abordaje es por demás estructural, y por tanto, va más allá del ejercicio del debate electoral. Es como si los márgenes se hicieran lo que son sin la acción previa o concomitante. Nuestra crítica va más allá. Es cómo que, de cierto modo, la ausencia de análisis histórico-estructural se presenta como una versión plausible, aunque sofisticada, de un abordaje post-moderno. Ya la visión estructuralista ultrapasa limitaciones de la crítica por su mirada mecánica (y no relacional, por tanto de hecho, no estructuralista) visibles en el corto y en el cortísimo plazo.

Disputar parcelas de poder es diferente de disputar concepciones del ejercicio de poder, aún bajo régimen democrático de derecho y modo de acumulación capitalista a través del capital financiero. En las disputas por concepción de poder, entiendo que el pueblo brasileño sale enflaquecido de la Era Lula. Ya en los parámetros del juego del capitalismo financiero tal como él es, todos los indicadores socio-económicos apuntan a una mejoría de las condiciones de vida y de las proyecciones del país. ¿Esto implica que éste análisis sea una especie de recomendación favorable al gobierno de Luiz Inácio y por consecuencia su sucesora, la ex-ministra de la Casa Civil, Dilma Roussef? No, justo al contrario. Implica afirmar que en las disputas por concepción de poder salimos más débiles, justo por la ausencia de estrategia y de protagonismo político más allá de la representación de tipo burgués.

Traduciendo, adaptando lenguajes. O vemos el momento electoral como una apertura de posibilidades para hacer política además de la urna y de la representación indirecta, o sacralizamos el formato burgués e indirecto de hacer política profesional. No es sin ton ni son que entramos en el periodo pre-campaña y los tambores de guerra suenan concomitantes calentando la temperatura política. El antagonismo que se nota al acercarse el primer domingo de octubre próximo (día de las elecciones generales de Brasil) es el reflejo también de la falta de contenido programático en disputa.

Los márgenes son más amplios dentro de las reglas del juego casi sin reglas

Si los márgenes de maniobra no se amplían en la política ejercitada y ejercida por los movimientos del pueblo organizado, los años de indefinición y los habituados con las formas de ejercer el poder profesional se sobresalen ante los operadores de confianza de los agentes económicos fundamentales. En la hora de la composición, de indicar el vicepresidente, de montar el mapa de los púlpitos estaduales, no existe presión superior al conjunto de oligarquías estaduales organizada bajo una forma de partido-autobús como es el caso del PMDB, principal aparato de la base aliada del Gobierno Lula. Durante los últimos cinco años asociamos el mandato de Luiz Inácio al gobierno del Comité de Política Monetaria del Banco Central (Copom) con el ex 1º Ministro de hecho que dejó el gobierno sin salir del poder. Aún con todo el poder advenido de la opción preferencial por los bancos y los capitales financieros, la base electoral cobró su precio y encuadró el virrey del Bank of America y ex-presidente del Banco Boston, Henrique Meirelles.

Entendemos que el rechazo del PMDB a tragar a Meirelles como candidato a vicepresidente de la ex-ministra en la función otrora comandada por el general Golbery do Couto e Silva (dictadura militar) y José Dirceu (en los primeros tres años del Gobierno Lula), es ejemplar del concepto de maniobra política no estratégica de la conformación del poder. Por siete años seguidos las centrales sindicales, incluyendo las gobiernistas Céntrica Única de los Trabajadores (CUT), Fuerza Sindical y Central de los Trabajadores y Trabajadoras del Brasil (CTB) quedaron martillando en la tecla del cambio de la política económica y deseando el despido de Meirelles, como si él por sí incorporara los males de los financistas, así como del ministro de las Comunicaciones Hélio Costa PMDB) quien representa los intereses del oligopolio de la comunicación, empezando por las Organizaciones Globo.

A la vez, el ex-presidente mundial del Banco de Boston no consiguió ni comenzar a escalar el púlpito, llevando golpes de todos los lados, puñetazos mediáticos de sus correligionarios después de su afiliación al aparato de José Sarney, Renan Calheiros, Orestes Quércia y Eliseu Padilha. No dio ni para la salida, y el sueño del vice-reinado murió en la nada, teniendo que mantenerse el frente de las joyas de la corona del Banco Central hasta que sea la hora de pasar las postas a uno de los economistas que lo sucederán, tanto a él como al empresario textil José Alencar y al ex-sindicalista que nunca fue izquierda según sus propias palabras.

El hechizo se vuelca contra el manipulador de la brujería financiera. El balbuceo del tecnicismo en la economía cae por tierra. El gobierno del COPOM, que a través de su discurso doctrinario intenta negar la política, haciendo una política económica subordinada a una visión monetarista, en oposición a cualquier versión de economía política, perdió para la visión pragmática y fisiológica de la propia política. Esta afirmación, más allá del slogan y del argot de marketing político, implica un ambiente de antagonismo momentáneo, entre los operadores que enfatizan el espolio del Estado a través de la representación política y los que lo hacen por la vía del mando de emprendimientos económicos.

Si el capitalismo organiza sus mercados en la forma de oligopolio, en la representación política su versión es la de las oligarquías partidarias. En la formación de mayorías, viene en la tabla de precios el costo de esta formación. En el momento anterior a la campaña, cuando todo y todos quedan expuestos a un ataque de nervios comprendemos que al contrario de los discursos mayoritarios, la carrera electoral trae embutido un alto costo político y también de estabilidad. Para disminuir la inestabilidad de la perspectiva de adhesión a la campaña, el partido autobús cobra su boleto.

Antes de analizar las oportunidades de victoria de Dilma (PT, de Lula) o Serra (PSDB, del ex-presidente Fernando Henrique Cardoso) en 1º o 2º turno, hay que reconocer una evidencia. Sea cuál sea el resultado electoral de octubre, los PMDBs ya vencieron la disputa en el control de las mayores rebanadas del presupuesto de la Unión. Explicamos por qué. En el Brasil, conformar mayoría y conseguir la estabilidad de la moneda tiene un precio que sería impagable en una sociedad soberana. En medio a los discursos de tipo moralista, cuando tanto Dilma Roussef como José Serra cuelan las esporas en la arena al estilo Jânio Cuadros antes de su renuncia (en 1961), los límites reales para maniobrar en la política quedan escamoteados.

Dos grandes márgenes acotan la soberanía popular en el acto del ejercicio del voto y la consecuente elección de gobierno. Uno es el costo de formación de mayorías, tema polémico cuyo último escándalo se ganó el nombre de Mensalão, que corresponde a un tipo de mesada a los parlamentarios de la base aliada en pago de votos favorables al Gobierno. El margen menos visible y de difícil comprensión para el gran público es el modelo de financiación de corto plazo del Brasil, basado en financiación y transferencia de recursos desde la sociedad al sistema financiero.

En año electoral el primer margen gana musculatura, porque a la hora de apostar las fichas y componer las chapas, el ambiente político y la obediencia a sus mandos subordinan incluso a Henrique Meirelles, el comandante en jefe del gobierno del COPOM. Y aquí se abre un paréntesis para las dudas. Si dentro del gobierno del COPOM es posible ganar una caída de brazos de Meirelles, ¿Que más podría haberse ganado que no fuera por el inmovilismo del gobierno ocurrido en los últimos siete años? Y, ¿cómo ampliar los márgenes de maniobra si el movimiento popular más fuerte (MST) queda recalcitrante y las bases sindicales más importantes están ligadas al juego electoral?
Es difícil de admitir en alto y buen sonido, pero la verdad desnuda y cruda es que gobernar en el Brasil implica naturalizar estos márgenes de acotamiento estructural y, por tanto, no confrontarlos, admitir dos tipos de alianzas. Una alianza implica hacer “la opción preferencial” por el capital financiero en general y el sistema bancario en específico. De lo contrario, el fin del mandato puede hacerse una ruleta rusa, sufriendo reveses simultáneos. Estos pueden venir de los banqueros del casino digital, ejecutando ataques contra la moneda y retirada de fondos especulativos, aumentando el “riesgo” país y condicionando la entrada del nuevo gobierno. Para quien piensa que exagero, basta recordar el año de 2002 cuando la disparada del dólar aceleró a los acuerdos entre bastidores (ni tan velados así) que llevaron a Antônio Palocci al Ministerio de Hacienda y el ex-presidente mundial del entonces mayor acreedor privado del Brasil, a la presidencia del Banco Central.

Otra alianza es el costo de la gobernabilidad. Implica ceder a los chantajes del cacicado de las oligarquías partidarias que comandan el bajo clero del Congreso. En el caso específico del pleito de 2010, la mayor red oligárquica nacional ya demarca su terreno. Con la derrota del DEM (principal aliado del PSDB durante los dos mandatos de FHC y hasta entonces, segunda mayor fuerza de oposición al Gobierno Lula), cuyo canto del cisne se dio a través del desgobierno distrital del ex-tucano José Roberto Arruda y del ex-collorido Paulo Octávio (su vice, también casado), los PMDBs reinan solos. Como grandes jugadores de la política inmediata, hacen lo que en la lotería ilegal se llama “cercar el bicho”, reduciendo la aleatoriedad de las apuestas. Dentro de su gobierno federal, fue puesto un freno a la ambiciones de Meirelles, neófito en las huestes peemedebistas. El ataque es doble. Mientras el ex-gobernador Orestes Quércia declara apoyo a la Serra, su operador de confianza, el diputado federal Michel Temer, naturaliza su candidatura a vice de Dilma. Como se nota, dentro de la política de corto plazo, gane Serra o Dilma, los correligionarios de Quércia (exgobernador de São Paulo, quien quebró el segundo mayor banco del país), Calheiros (senador y exministro de Justicia de Cardoso), Jucá (senador en el norte y enroscado e docenas de casos inexplicables), Sarney (ex presidente del país, de 1985 a 1990 y uno de los más importantes aliados civiles de la dictadura militar), Geddel (diputado, ministro y heredero político del coronel Antônio Carlos Magalhães, hombre del régimen militar, en Bahia) y otros tantos, que brindando su apoyo tanto a Dilma como a Serra, ya cercaron el bicho por todos los lados.

La necesidad de alejamiento de los cargos para la campaña

Al contrario de otros compañeros de la ciencia política y del periodismo político, entendemos que la reelección, en todas sus dimensiones, es un error. Si hiciéramos un examen del momento histórico y de los mecanismos de negociación y montaje de mayoría que aprobó esta enmienda constitucional en enero de 1997 verificamos la existencia de una adicción de origen. Vamos más allá de la crítica a la posibilidad legal de un gobernante en poder disputar la permanencia en el cargo por un mandato subsecuente. Entendemos que el mecanismo del alejamiento es muy tenue. Para cohibir las prácticas de tipo patrimonialista y no reproducir la cultura de inmiscuir la cosa pública con fines privados, es necesario que no sólo los candidatos a la reelección en el Ejecutivo se alejen, sino también cualquier detentor de mandato en los dos ruedas inelegibles.

Reconocemos que para este pleito ya no hay más tiempo para cambios substantivos de las reglas del juego. Pero, sería importante que en los próximos cuatro años, al menos el cambio de reglas en el último momento, tan venal en las prácticas electorales, operara para el bien común. Es fundamental que en las próximas elecciones, si el estatuto de la reelección continúa, sea revista la permanencia en el cargo de los miembros de los Poderes Ejecutivos y de los Legislativos. Juzgamos que es imposible separar, desde el punto de vista real concreto (ultrapasando la elocuencia del tecnicismo jurídico) el ejercicio de la función, de los actos de campaña. Cualquier inauguración, acto público, acción política, y aún el cumplimiento de agendas de rutina implican una excesiva mediatización de los hombres y mujeres en función pública.

Aún sabiendo que el tema de la semana puede hasta sonar “pueril”, y va contra el abordaje estructural y ultra-realista que ejercemos, lo juzgamos relevante. Esto se da debido a las manifestaciones que recibimos y oímos de decenas personas interesadas en la política oficial. La inferencia de esos entusiastas de de la democracia representativa (por tanto indirecta y procedimental) es simple. Estos electores ven la participación en campaña de políticos en el ejercicio del cargo como una especie de competición desleal con los de más pequeña visibilidad. Solamente por este motivo, aumentar el nivel de adhesión de los que aún creen en las reglas de este juego ya sería razón suficiente para impedir esta participación.

Considerando el problema grave en el Ejecutivo y en el Legislativo, el trastorno es endémico. Desafiamos a cualquier entusiasta de las reglas de transparencia, gobierno electrónico o de otro mecanismo de pesos y contrapesos en la política, a probar si es posible el control de la agenda de un parlamentario electo, en el ejercicio del cargo en año electoral. Esta agenda está llena de compromisos de tipo parroquial (localismo) y de relaciones de clientela. El concejal está en campaña para beneficio propio, se encuentra “visitando sus bases” o acompañando candidatos de la mayoría. El único control posible es aumentar la agenda de la plenaria y las comisiones. Para evitar ese “incómodo”, los parlamentarios de las asambleas y del Congreso Nacional decretan el eufemismo de “receso blanco” y simplemente las casas legislativas no funcionan en el segundo semestre en año de Copa del Mundo.

Hagamos justicia, Lula llegó a anunciar un auto-alejamiento del cargo para dedicarse a los meses de campaña. Hasta ahora nada se concretó. Pero, el peor absurdo es depender de un acto voluntario y no de una regla compulsoria.

Artículo originalmente publicado en el portal Barómetro Internacional.

Deixe um comentário

O seu endereço de e-mail não será publicado. Campos obrigatórios são marcados com *