Bruno Lima Rocha
Las recientes experiencias de Poder Popular ejercido en América Latina consiguieron retomar un debate que remonta a la fracturada 1ª Internacional. Un asunto que había sido olvidado, el problema de la ecuación de libertad con igualdad, fue una de las causas de la ruptura de la Asociación Internacional de los Trabajadores, entre centralistas y federalistas. Hoy en el lado de aquí del Atlántico, los límites de la democracia de mercado son cuestionados frontalmente en al menos tres países: Bolivia, Ecuador y Venezuela.
En medio de esa disputa, la esfera de la comunicación gana un papel cada vez más relevante. Así como el capitalismo post-industrial tiene como portavoz y fuerza motriz a la comunicación social y digitalizada, los sectores de movimiento popular que ponen en jaque la capacidad del Estado legal de hacerse un ente fiscal de derecho para todos, ven en la comunicación social un frente de lucha y de construcción de identidades populares.
Esta es otra “novedad” conquistada en incontables enfrentamientos, físicos y de ideas. El derecho a ser igual dentro de la diversidad que no puede hacerse una diferencia estructurada, mueve una serie de sentimientos latinoamericanos. Son resucitadas identidades tales como el “pensamiento bolivariano”, el “federalismo artiguista”, la defensa de un país pluriétnico como redescubrimento de las mayorías de pueblos originales andinos; son algunas de entre decenas de identidades que se están haciendo valer como fuerza política y social colectiva, pudiendo ganar un grado de existencia real a través de la comunicación.
El debate en defensa de esta diversidad democrática de corte igualitario -que es el reverso del proyecto moderno y del multiculturalismo estadounidense- se ve enfrentado diariamente a dos adversarios en su propio campo.
Uno es la noción de radicalidad democrática, con la que los distintos sectores de interés, agrupaciones ideológicas y movimientos específicos puedan convivir en un plan de igualdad y defensa estratégica. Este concepto que gana el nombre de Poder Popular, es en última instancia la creación de otra institucionalidad, de otro modo de vida colectiva y de poder, que va mucho más allá de la democracia de mercado y de cualquier liderazgo carismático. Es sabido que en torno a “personalidades” todo lo que se construye es transitorio y la herencia política pasará por problemas insolubles, tales como los varios “peronismos sin Perón” en la Argentina.
Otro problema a ser solucionado es la comunicación como capacidad de generar un discurso-síntesis, en el mejor estilo de los periódicos obreros de inicio de siglo. Ir más allá del utilitarismo, saber hablar para toda la sociedad a partir de un punto de vista de clase y pueblo, es una dificultad que todas las izquierdas del Continente tienen y que en Brasil constituye ya es una crisis estructural del pensamiento político y comunicacional.
Existen salidas y van ellas van siendo abiertas en el ejercicio del Derecho a la Información, la comunicación y la cultura. Muchas veces este Derecho está por encima de la ley y se confronta también con arribistas de liderazgos carismáticos. Un breve panorama de la democracia en la comunicación, como polo de irradiación y aglutinación de la radicalización democrática, entiendo que debe ser suficiente para el inicio de un debate de rigor, pero a partir de una posición declarada. El grado de certeza que tengo, es que la comunicación popular y colectiva camina codo con codo de la dirección colectiva y de la institucionalidad que surge del poder que emana del pueblo.